sábado, 4 de abril de 2020

UNA NIÑA LLAMADA MERCEDITA - CUENTO INFANTIL - N.G.RODRIGUEZ

UNA NIÑA LLAMADA  MERCEDITA - CUENTO INFANTIL







Eran las cinco de la tarde de un día cualquiera, tomé mi bici para dar una vueltica por la calle de El Silencio donde vivía, pedí permiso a mi madre, le dije que iba a la bodega a comprar una chuchería, al pasar frente a la ventana donde vivía una vecinita que llamaban Mercedita, observé que sumisamente se asomaba por el postigo para observar el atardecer y ver la gente pasar,  tendría unos ocho años, pasé cerca y saludé, Hola! Ella respondió con la mirada y un leve gesto con los labios.  A pesar que casi todos los días frecuentábamos su casa donde los varones jugábamos con su hermano mayor, casi nunca estaba con nosotros. Solo la veíamos cuando pasábamos a tomar un jugo o a comer una deliciosa torta en la cocina o en el patio donde había una pajarera grande con variedad de pajaritos. Como toda niña tenía otros juguetes para su distracción, en ese entonces estaba de moda el juego “quita y pon” mejor llamado yaqui que lo hacía con una maestría  impresionante al tomar los pines y la pelotica con su mano derecha… Zazz. Ella jugaba con sus amiguitas no solo en la sala de su casa sino en el colegio, era toda una campeona. Aunque su madrina cuidaba con celo su acercamiento a esa pandillita de niños tremendos que jugaban cuanto se les ocurría, no era impedimento para acercarnos a buscarles conversación, aun con el celo de José, su hermano.
Una tarde subimos a la planta alta de esa casona grande donde guardaban los frutos de la cosecha y las semillas, eran sacos unos arriba de otro, también huacales. Muchachos al fin nos lanzábamos sobre los sacos hasta que viniera la madrina y después de un zafarrancho &?¡!*, bajábamos calladitos y regañados todos, lo bueno es que Mercedita nos alcahueteaba con su presencia solidaria.
Por aquellos tiempos se celebraba el Día de la Patria, el desfile se hacía por la calle Real hasta la Plaza, las bandas escolares partían una a una desde el puente de entrada al pueblo, los alumnos marchaban... tararan…taran taran, tararan. ¡Oh sorpresa, vimos a Mercedita vestida de blanco con uniforme de gala del Colegio de Monjas, guaooo. Destacaba el gorro, un saco blanco, que le llegaba casi a la rodilla, con cinturón y hebillas gruesas, tenía botones grandes; el pantalón era oscuro y ceñido. Mercedita llevaba en sus manos los platillos, las demás niñas, de mayor edad tocaban el bombo, el tambor, los timbales, la marimba y otros instrumentos. Otra niñita llevaba la batuta señalando con gracia la ruta y la primera llevaba el estandarte. Al pasar ante el público este aplaudía, las monjas se ubicaron en un lateral para verlas pasar, el profesor de educación física las guiaba. Al final, extenuadas llegaron pidiendo agua…agua, estábamos allí parte de la pandillita.
No todo termino allí, al poco tiempo, siendo monaguillo en la iglesia de Las Candelas, me vuelvo a encontrar a Mercedita, esta vez con traje de la mejor confección española, digo yo, era blanco y largo, con velo y guantes, la vela en la mano derecha y el librito con rosario en la mano izquierda. Mercedita muy seria y elegante se encontraba en un grupo de niñas que fueron a recibir la primera comunión. Sus padres y hermano estaban ubicados en el otro lateral. La misa presidida por el párroco se oficiaba en perfecto latín. Al momento de la comunión cuando reciben el sacramento de la eucaristía con la hostia sagrada, le coloqué el platoncillo debajo de la boca al dársele la comunión, estaba concentrada y diría  elevada al cielo. Terminada la ceremonia las niñas celebraron con un desayuno en el Colegio donde de manera obvia no estábamos invitados.
A donde si fuimos invitados fue a uno de sus cumpleaños, ya era una señorita, había familiares y amistades, lucía un traje color rosado y zapatillas blancas con tacones medianos, todos bailamos con ella aunque sea una pieza, solo dábamos los primeros pasos. La fiestecita fue temprano y después de pasar un rato muy agradable y compartir la torta nos fuimos a descansar.
En las tardes de toros coleados se veía a Mercedita montada en un templete con sus padres y demás familiares, con lazos en su cintura para premiar a los coleadores después de una buena tumbada. Abajo en la manga el público, se escuchaba la música y  el cohete Pung…Pung, cuando avisaba que había “toro en la manga”.
Pasaron los años, Mercedita se perdió de aquel pueblito que la vio crecer, se supo de sus logros como estudiante, de su matrimonio y como aumentó la familia en medio de alegrías y tristezas que da la vida, siendo hoy día toda una Dama con nietos, conserva su jovialidad y buen carácter. Eso sí, todos los años, el miércoles santo, Mercedita viene a la procesión del Nazareno, cuya devoción la tiene desde niña porque sus padres vestian, adornaban y resguardaron por años la imagen milagrosa. Después de décadas nos volvimos a encontrar, pareciera que el tiempo no hubiese pasado, el cariño es el mismo. Dios la bendiga.

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