Si algo le desagradaba al niño
Salvador era enfermarse, odiaba que le subiera la fiebre, que se le inflamaran
las amígdalas o le dolieran los oídos. Eso era una real tragedia porque en lo
que las orejas se le comenzará a poner coloradas y no se sintiese con ganas ni
de mover un dedo, sabría que vendría el Bachiller Carlos Trillo Cornielles, el
joven estudiante de Medicina, que solícito acudía a la casa de quienes
requerían de sus servicios, como
“Inyectador Oficial” del pueblo. ….Susto! Salvador temblaba tan sólo de
imaginarse verlo llegar en su flamante bicicleta con su temido maletín en el
cual guardaba celosamente la cajita de
metal que contenía aquella filosa aguja
que introduciría en la nalga de quien ameritara de un antibiótico inyectado;
así que a pesar de ser el más bravo de sus cinco hermanos y contar tan sólo con
seis años, el día en que sintió que su cuerpo ardía, se quedó calladito, como
para que no se dieran cuenta de que estaba enfermo…Pero….¡Ay! no hay mamá que
no se percate cuando algo no anda bien con uno de sus niños…Así que tomo a
Salvador en sus brazos y lo llevó al médico….éste después de revisarlo
sentenció seriamente: - Esta niño
requiere de cuatro dosis de antibióticos! Ya en casa, Salvador comenzó a llorar cuando
supo que habían llamado al Bachiller Carlos Trillo Cornieles. Éste llegó
vestido con su guayabera blanca. ¡Parecía todo un doctor!. Los padres de
Salvador lo recibieron amablemente, lo hicieron pasar a la sala, le entregaron
las indicaciones médicas, que el Bachiller leyó con mucha atención y ahí la
cosa si se puso fea….Salvador ya no lloraba, gritaba de puro terror….Y sus
gritos aumentaban mientras veía la maestría con la que el Bachiller Carlos
Trillo Cornieles, limaba el borde del frasquito, lo terminaba de romper con sus
dedos, introducía la inyectadora en el mismo para absorber el líquido y
luego venía hacia él, con la mano
derecha alzada ostentando aquel temido dardo sanador que clavaría en su
nalguita. A pesar de las palabras
cariñosas de su mamá, que intentaba consolarlo, el ¡aaaaaaayyyyyyyyy! de Salvador se escuchó hasta en el último
rincón del gran solar, cuando le bajaron su pijama, frotaron su nalguita con un
algodón empapado de alcohol y le decían que aflojara las piernas….Y ¿saben lo
mejor del cuento? Es que en menos de lo
que canta un gallo, y sin que casi Salvador se hubiese dado cuenta, ya todo
había pasado…El Bachiller Carlos Trillo Cornieles tenía manos de seda….¿Lo peor
del caso? Es que la historia se repitió por tres días más…Lo cierto es que ese
día Salvador se sintió víctima de un gran dolor….Luego cuando se sintió
mejor, se hizo muy amigo del Bachiller Carlos Trillo Cornieles, al menos hasta
que Dios quisiera y no se volviera a enfermar.
DERECHOS DE AUTOR RESERVADOS
No hay comentarios:
Publicar un comentario