sábado, 22 de noviembre de 2014

LA PUYA - Recuerdos de la infancia - N.G.RODRIGUEZ

LA PUYA

Si algo le desagradaba al niño Salvador era enfermarse, odiaba que le subiera la fiebre, que se le inflamaran las amígdalas o le dolieran los oídos. Eso era una real tragedia porque en lo que las orejas se le comenzará a poner coloradas y no se sintiese con ganas ni de mover un dedo, sabría que vendría el Bachiller Carlos Trillo Cornielles, el joven estudiante de Medicina, que solícito acudía a la casa de quienes requerían de  sus servicios, como “Inyectador Oficial” del pueblo. ….Susto! Salvador temblaba tan sólo de imaginarse verlo llegar en su flamante bicicleta con su temido maletín en el cual guardaba celosamente la  cajita de metal que contenía  aquella filosa aguja que introduciría en la nalga de quien ameritara de un antibiótico inyectado; así que a pesar de ser el más bravo de sus cinco hermanos y contar tan sólo con seis años, el día en que sintió que su cuerpo ardía, se quedó calladito, como para que no se dieran cuenta de que estaba enfermo…Pero….¡Ay! no hay mamá que no se percate cuando algo no anda bien con uno de sus niños…Así que tomo a Salvador en sus brazos y lo llevó al médico….éste después de revisarlo sentenció seriamente:  - Esta niño requiere de cuatro dosis de antibióticos!  Ya en casa, Salvador comenzó a llorar cuando supo que habían llamado al Bachiller Carlos Trillo Cornieles. Éste llegó vestido con su guayabera blanca. ¡Parecía todo un doctor!. Los padres de Salvador lo recibieron amablemente, lo hicieron pasar a la sala, le entregaron las indicaciones médicas, que el Bachiller leyó con mucha atención y ahí la cosa si se puso fea….Salvador ya no lloraba, gritaba de puro terror….Y sus gritos aumentaban mientras veía la maestría con la que el Bachiller Carlos Trillo Cornieles, limaba el borde del frasquito, lo terminaba de romper con sus dedos, introducía la inyectadora en el mismo para absorber el líquido y luego  venía hacia él, con la mano derecha alzada ostentando aquel temido dardo sanador que clavaría en su nalguita.  A pesar de las palabras cariñosas de su mamá, que intentaba consolarlo, el ¡aaaaaaayyyyyyyyy!  de Salvador se escuchó hasta en el último rincón del gran solar, cuando le bajaron su pijama, frotaron su nalguita con un algodón empapado de alcohol y le decían que aflojara las piernas….Y ¿saben lo mejor del cuento?  Es que en menos de lo que canta un gallo, y sin que casi Salvador se hubiese dado cuenta, ya todo había pasado…El Bachiller Carlos Trillo Cornieles tenía manos de seda….¿Lo peor del caso? Es que la historia se repitió por tres días más…Lo cierto es que ese día Salvador se sintió víctima de un gran dolor….Luego cuando se sintió mejor, se hizo muy amigo del Bachiller Carlos Trillo Cornieles, al menos hasta que Dios quisiera y no se volviera a enfermar. 

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 Turmero, 4-4-2011

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