El Gardel Turmereño era un indigente con ciertos problemas
mentales que nadie supo cuando llegó ni cuando se fue, de barba larga, con sombrero gaucho y vestimenta
mugrienta, usaba un palto zurcido que le quedaba grande, la camisa manga larga
derruida y con el cuello sucio, una pintoresca corbata en igual estado. Los
zapatos tipo botas con trenzas de cuero mal amarradas. Gardel, “el morocho del
abasto” de Turmero visitaba con cierta
regularidad establecimientos, casas de habitación y preferentemente los bares.
A los negocios y viviendas llevaba
limones, mangos, mamones u otra fruta que conseguía por el vecindario. A cambio
recibía dinero, comida y alguna que otra
muda, en contraparte cantaba su acostumbrada serenata, él sabía que tango les agradaban
a sus colaboradores porque se lo habían pedido, como aquella canción VOLVER,
que decía “Yo adivino el parpadeo, de las luces que a lo lejos, van marcando mi
retorno.”, o esta otra MI
BUENOS AIRES QUERIDO, cuya letra era esta: Mi Buenos Aires querido, cuando yo
te vuelva a ver, no habrá más penas ni olvido.
Hay que reconocer que tenía una voz melodiosa en imitación a
“Carlitos” como cariñosamente le decían. Le gustaba que lo llamaran Gardel, el famoso
“Rey del Tango” y ese era su orgullo. Su verdadero nombre nadie lo sabía. Cuando pasaba por la plaza se iba al cotoperiz y daba un concierto a los transeuntes que lo rodeaban. Entraba
a los bares o botiquines y a cantaba en las mesas a gañote tendido a cambio de una
cervecita "Glup" o un trago de aguardiente, aquí y otra más allá. Allí solía cantar una
especial para despechados "Buaaa", EL DÍA QUE ME QUIERAS y entonaba “El día que me
quieras, la rosa que engalana, se vestirá de fiesta con su mejor color”.
No podía faltar aquella
titulada CUESTA ABAJO que con emoción entonaba: “Ahora, cuesta abajo en mi
rodada, las ilusiones pasadas, no me las puedo arrancar”.
Cuando ya la luna se ponía tenía por costumbre irle a cantar todas las tardes a una
señora desde la reja de la casa, y le cantaba el tango “MANO A MANO” que dice
así: “Rechiflado en mi tristeza, hoy te evoco y veo que has sido en mi pobre
vida paria sólo una buena mujer”.
Salía al amanecer y regresaba turulo en horas nocturnas. Su guarida donde dormía tenía algunos enseres era debajo del puente del río Turmero, un colchón de resortes, unas cacerolas y colador de café. Allí prendía una fogata para darse calorcito en las noches y alejar los zancudos "Bzzzz".
El Gardel Turmereño prendió un cigarrito y canturreando para sí
mismo decía como gemido “Fumando espero a la mujer que quiero…” y el sueño lo
venció.
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