Los alumnos del
sexto grado “B” estaban rebeldes, la
Maestra oficial se había enfermado y tenían un suplente que
no podía controlarlos, cuando este se disponía a escribir en el pizarrón,
volaban los papelitos de un lado a otro del salón. Ya varias veces los había
“cachado” y estaba ojo avizor. Esa mañana, Chourio el maestro suplente fue
llamado a la Dirección
y apenas salió del salón de clases comenzó la guachafita, era indudable que la
agitación la llevaba el alumno de mayor edad, el que tenía un record de
entradas a la dirección, quien era el más peleón de la clase, su apellido era
Tovar y lo llamaban “Cachirulo” por su comportamiento incontrolable. “Cachirulo”
se asomo por la puerta y vio al maestro bajar las escaleras e inmediatamente se
montó en los pupitres, comenzó a saltar de un lado a otro y los demás seguían
sus malos ejemplos. Sacó de su bulto una pelota de goma y el salón de clases se
convirtió en un campo de béisbol. Las pelotitas de papel servían para jugar
entre las niñas que también se habían alborotado. Mientras esto pasaba, “Cachirulo”
había colocado a Ruperta, una gordita no menos tremenda, que usaba dos colitas
de laterales en su cabellera, para que vigilara cuando subiera el maestro
Chourio. “Cachirulo” se había quitado la camisa y la giraba sobre su cabeza,
era el verdadero agitador callejero. Cuando Chourio regresó los encontró a
todos sentaditos, claro las filas de pupitres estaban mal colocados. Algunos
papelitos estaban en el suelo. En ese momento Chourio sacó un papelito del
bolsillo del pantalón y comenzó a leer unos nombres: Tovar, Ramos, Garrido,
Silva, Atencio, López, Rángel, Gallardo, Pérez y Bolívar, sírvanse pasar a la Dirección por órdenes
del Profesor Campos, director de la Escuela.
Todos se vieron las caras, cabizbajos se dirigieron a la Dirección en medio del
silencio cómplice de sus compañeros. Tovar, al que llamaban “Cachirulo” fue el
primero en bajar, llevaba el ceño fruncido como si fuera a una pelea callejera,
los demás lo seguían. Indudablemente aquel muchacho era como la manzana podrida
de un canasto. Llegaron a la
Dirección y los esperaba el Profesor Campos.
El Profesor
Campos les dijo, mientras llamamos al Maestro Chourio a la Dirección , debo
comunicarles que comisioné al Maestro Machado, del sexto “A” para que los observara por un espejo instalado en
el salón contiguo, ustedes son un grupo de alumnos que representa a los demás.
Nos preocupa la actuación del alumno Damián Tovar que consideramos el líder del
salón, por ello he decidido que, previa participación a sus Representantes, van
a cumplir un castigo comunitario en la Escuela , el castigo consiste en hacer ejercicios
físicos y en efectuar otras tareas que les iremos señalando. Sus Padres van a
ser notificados de inmediato, se citarán a las cuatro de la tarde, continuó
diciendo el Profesor Campos, y después de la reunión se retirarán con ellos.
¿Alguna pregunta? Nadie dijo nada. A partir de hoy y durante un mes, se
quedarán después de la salida a las cuatro de la tarde y el Profesor
Castellanos ha sido encomendado por mi persona para aplicar las tareas
respectivas. Pueden regresar a su salón. Los esperamos a las cuatro de la tarde
en el patio principal.
A las cuatro de
la tarde todos estaban en el patio central. El Maestro Castellanos les mostró
una hilera de pupitres reparados que les faltaba la pintura, les entregó dos
hojas de lija y una brocha a cada uno y les dijo, cada quien debe pintar cinco
pupitres hoy mismo, les indicó donde estaban los potes de pintura y les dijo
que procedieran. “Cachirulo” y sus compañeros, a pleno sol del atardecer
procedían a cumplir su castigo, observaron a medida que caía la tarde a su
Padres que los tenía reunido el Profesor Campos en un mesón ubicado en los pasillos
laterales. A las seis de la tarde se terminó la primera jornada de castigo,
estaban sudorosos y algo quemados por el sol. Ninguno había terminado de pintar
los cinco pupitres, el Maestro Castellanos, les dijo que mañana continuarían.
Se lavaron las manos y se fueron con sus Padres.
El Papá de “Cachirulo”
lo reprimió y le dijo que porque hacia esas tremenduras, que si seguía así,
tendría muchos problemas, inclusive la expulsión, que esa situación repercutía en la vida familiar.
Al día siguiente continuó el castigo ejemplar, después de diez días ya habían
pintado unos cien pupitres. El castigo se había convertido en una satisfacción,
entendieron que podrían ser útiles. Los brazos, las piernas, la cintura, la
muñeca y otras partes del cuerpo estaban un poco adoloridas por los ejercicios.
Su forma de ser cambió, “Cachirulo” le decía a sus amigos que ahora estaba
consciente que debían cambiar. Los alumnos habían tenido un comportamiento más
prudente, habían aprendido la lección, se daban cuenta que el relajo no tendría
buenas consecuencias, que había que enseriar la vida, que podrían ser mejores
estudiantes, que ellos podían ayudar a tener una mejor escuela.
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