El hombre era de
piel morena, siempre andaba alegre, con una sonrisa por delante, saludaba a
todo el que se le aparecía, usaba zapatos de goma espuma y lucia un
sombrerito tipo antaño. Andaba por todo el pueblo en una bicicleta de paseo con
gran colorido, llevaba cornetas de goma ¡piii! ¡piii! en ambos lados del manubrio, con cintas
multicolores colocadas en una antena alta y con pequeños “cocuyes”, luminosas de todos los colores y calcomanías variadas, colocadas en las
horquillas y ruedas. Una bandera tricolor flameaba en el lateral derecho, al
lado del timbre metálico. Los frenos delanteros y traseros se activaban sobre
las gomas al oprimirlos con las manos. Esta bicicleta “Raley” importada era de
color negra natural, llevaba una cesta de carga menor en la parte delantera y
un asiento trasero para pasajeros. No tenía calapies, detrás del asiento de
cuero llevaba colgado el bolso portallaves para reparaciones menores. Los rayos
cromados estaban adornados con cintas fosforescentes enrolladas. La bicicleta
presentaba un stop en la rueda trasera.
Aquel personaje pintoresco se
colocaba un sujetador de pantalón para que este no se ensuciara con la cadena a
pesar que tenía un protector.
De la bicicleta
colgaba un cartelito que decía: “Se amenizan fiestas. Con la orquesta Picot y
el cantante Agujita”. El “Negro Guapachoso”, como le llamaban
cariñosamente, era un hombre afable y jovial. Su equipo de trabajo eran una
consola musical, dos platos de
tocadiscos, las cornetas, micrófonos de mano y pedestal y un centenar de discos
entre long play y sencillos. Normalmente lo contrataban como sonido fijo ¡tarara..tarara!en la Plaza para alguna festividad
y en cuanto evento social ocurriese. Comenzaba las fiestas diciendo: “Buenas
Noches apreciables invitados, es un honor para mi amenizar esta fiesta, me
acompañan la Orquesta Picot
y su cantante Agujita, les damos la bienvenida y los invitamos a mover el
esqueleto. A bailar señores, comienza la fiesta”. Comenzaba los sets
normalmente con pasodobles y continuaba con guarachas, boleros, chachacha,
mambo y toda música de actualidad para la época. Prácticamente las parejas no
cesaban de bailar, esta orquesta no tenía descanso y su repertorio era variado.
De repente, “El Negro Guapachoso” tomaba el micrófono y decía:” Para complacer
a la querida amiga Doña Flor le pondremos el bolero “Sentimiento” que suena en
las emisora de radio y lo tenemos en calientico porque nos acaba de salir del
horno”.
La rumba
continuaba hasta altas horas de la madrugada, la pista normalmente era la sala
de la casa, las parejas chocaban unas con otras, los expertos bailarines daban
sus pasos con moderación y las parejas de enamorados se notaban por la cercanía
y las conversaciones en susurro.
Cuando los
anfitriones notaban que la bebida estaba agotada y habían algunos invitados con
algunos tragos de más, ordenaban picar la torta y “El Negro Guapachoso” que no
se bebía ningún trago, anunciaba el último set de la noche, ya habían menos
parejas en la pista, los enamorados se acercaban al Negro y le pedían otra mas,
los borrachitos campaneaban el vaso de cartón con solo hielo. Cuando sonaba el
Alma Llanera la fiesta anunciaba el final, los besitos de despedida y la salida
era inminente. Alguno que otro se negaba a levantarse de la silla, pero la Orquesta Picot y el cantante
Agujita recogían sus peroles, y se quedaban hasta al mediodía en espera que los
vinieran a buscar y prepararse para otro evento social.
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