Leoncio era un niño vecino y amigo,
le gustaba jugar con nosotros pero no le gustaba perder en nada y no le gustaba tampoco que se fueran de su casa, cuando ello
ocurría, que era casi siempre, se ponía
bravo y les amenazaba con echarle los perros, GRRRR GRRRR, quienes tenían que
salir corriendo por el garaje. Los padres de Leoncio
lo castigaban, pero volvía a su proceder. Leoncio tenía bicicletas, patinetas, caballos y hasta un flover de aire de juguete.
Hacía lo posible para compartir con sus amigos, pero se acostumbró a mandar y esto no le gustaba a sus amigos. Cuando jugaba vaqueros tenía las mejores pistolas,
pero en vez de bueno hacia de bandido. Cuando peleaba, recibía lo suyo, aunque
le gustaba ser rudo. Cuando corría bicicleta, a pesar que la de él era de
carrera, los demás se las ingeniaban para ganarle. Poco a poco fue aprendiendo de sus amigos y
llego a compartir muchos momentos, aunque lloraba cuando perdía su bolsa de
metras, los amigos le regresaban su perolita con algunas.
Estos niños tremendos se fueron en un tractor con
remolque manejado por el Señor Juan José, peón de la finca. Iban rumbo a La Represa y La Cuchilla, Leoncio, Manuel, Franco, Hugo, Tomas y Dario.
Cuando llegaron a la parcela se sintieron dueños del mundo. Corrieron por todas
partes, jugaron a los vaqueros, al escondido. Llevaban provisiones preparadas
en la casa de Leoncio, arepas rellenas, conservas, jugo de naranjas y agua. El
Señor Juan José les ensillo uno de los caballos mansos y pudieron dar paseos
alrededor de la casa de campo. Aprovecharon para montarse en los árboles y
comer mandarinas y mangos. Franco y Manuel se montaron en uno de los árboles
más altos, llamado capa de ratón, Manuel llegó al copo y desde allí hacía mucha
bulla, de repente se desprendió la rama y se vino abajo desde una altura de
diez metros. La rama amortiguó el golpe y el susto fue tan grande que no hubo
lugar para las risas. Jugaron con una Chiva. Se bañaron en un estanque de un metro de profundidad
donde estaba ubicada la bomba de agua. Comieron y regresaron
Los niños estaban cansados, pero
seguían jugando. Prefirieron venirse caminando detrás del tractor, así
aprovechaban para lanzar piedras y correr. Saltaban los charcos y ya extenuados
se montaron en el remolque. Habían tenido un día inolvidable. Leoncio había
aprendido a compartir y a reconocer que la amistad se cultiva, que la amistad
es reciprocidad.
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