miércoles, 3 de diciembre de 2014

EL NIÑO DEL COTOPERIZ - Cuento para mayorcitos - N.G.RODRIGUEZ




EL NIÑO DEL COTOPERIZ
En la casa de Gerard había una mata de Cotoperiz, este era un árbol grande de unos 18 metros de alto ubicado en el patio del solar, dando una sombra como de unos ocho metros de diámetro.
El Cotoperiz tenía un tronco fuerte de medio metro y ramificado en troncos  alargados de diámetros que oscila entre 8  y 4 centímetros. El fruto de ese árbol era muy rico, para todos era una delicia.
El Cotoperiz contiene una semilla verde de un centímetro de largo, rodeada de una concha amarilla. La pulpa que envuelve las semillas es comestible y de sabor dulce. Se come fresca y también se utiliza para preparar jugos y mermeladas. Es refrescante y ligeramente laxante.  Las semillas asadas  y la infusión de las hojas tienen propiedades astringentes y anti diarreicas. La carga de cotopriz, como algunos también le dicen, se da una vez  al año.
Gerard y sus hermanos, se montaban  al árbol por medio de una escalera, vigilados por su Papá, y luego solos, bajaban esa cosecha de cotoperiz, la cual era repartido  en gajos a los familiares y amistades.
Ese árbol de cotoperiz  tenía alguna utilidad práctica, una de ellas era para esconderse, cuando no querían que los enviaran a hacer algo, la mamá gritaba ¿Gerard donde estas? o cuando venía el Policía Escolar o el temible inyectadooooooor de antibióticos. Gerard calladito, chsssss, ni se movía.
Gerard que era un niño muy atento, no perdía tiempo para llevar  un gajito de cotoperiz a las niñas, más vivo que era, esto era una forma de hacer sus relaciones sociales y algo más.
De manera especial atendía a los visitantes y vecinos, en alguna ocasión más que entregar un gajito, fue como que si entregaba su corazón porque se trataba de alguna enamorada, dentro de ellas había una niña que se destacaba por su delicadeza y figura inmaculada, era muy delgada y tenía una sonrisa leve en su comisuras. Gerard la veía con una emoción tal que le deba cierto temor acercarse a decirle algo. Su voz era como el trinar de los pájaros fiuuu...fiuuu, sus modales como de una princesa, su cabellera hasta los hombros parecían serpentinas y  su mirada penetrante  conjugada con su leve sonrisa, esto hacia delirar  "Hmhh" al niño del cotoperiz.
Solo miradas, palabras de saludo, ¡Hoola!  ¿Cóóómo estás? o conversaciones de niños,  daban rienda suelta a la imaginación. Las ilusiones del niño del cotoperiz se las llevaba la distancia y sería hasta una nuevo encuentro para que nuevamente revoloteasen  las alas de los sueños.
Gerard confiaba en tres cosas, una, en la pulpa del cotoperiz  porque si te comes uno, quieres mas. El observó como su enamorada con delicadeza mordió el cotoperiz, le quito la mitad de la concha y empezó a saborearlo con sus labios y dijo: ¡Rico, gracias Gerard!; luego introdujo el fruto a su boca y así repitió varios cotoperiz. Ya todo estaba consumado.

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