EL NIÑO DEL COTOPERIZ
En la casa de Gerard había una mata
de Cotoperiz, este era un árbol grande de unos 18 metros de alto ubicado en el
patio del solar, dando una sombra como de unos ocho metros de diámetro.
El Cotoperiz tenía un tronco fuerte
de medio metro y ramificado en troncos
alargados de diámetros que oscila entre 8 y 4 centímetros. El fruto de ese árbol era
muy rico, para todos era una delicia.
El Cotoperiz contiene una semilla
verde de un centímetro de largo, rodeada de una concha amarilla. La pulpa que envuelve
las semillas es comestible y de sabor dulce. Se come fresca y también se
utiliza para preparar jugos y mermeladas. Es refrescante y ligeramente
laxante. Las semillas asadas y la infusión de las hojas tienen propiedades
astringentes y anti diarreicas. La carga de cotopriz, como algunos también le
dicen, se da una vez al año.
Gerard y sus hermanos, se
montaban al árbol por medio de una
escalera, vigilados por su Papá, y luego solos, bajaban esa cosecha de cotoperiz,
la cual era repartido en gajos a los
familiares y amistades.
Ese árbol de cotoperiz tenía alguna utilidad práctica, una de ellas
era para esconderse, cuando no querían que los enviaran a hacer algo, la mamá
gritaba ¿Gerard donde estas? o cuando venía el Policía Escolar o el temible
inyectadooooooor de antibióticos. Gerard calladito, chsssss, ni se movía.
Gerard que era un niño muy atento, no
perdía tiempo para llevar un gajito de
cotoperiz a las niñas, más vivo que era, esto era una forma de hacer sus relaciones
sociales y algo más.
De manera especial atendía a los visitantes y vecinos, en
alguna ocasión más que entregar un gajito, fue como que si entregaba su corazón
porque se trataba de alguna enamorada, dentro de ellas había una niña que se
destacaba por su delicadeza y figura inmaculada, era muy delgada y tenía una
sonrisa leve en su comisuras. Gerard la veía con una emoción tal que le deba
cierto temor acercarse a decirle algo. Su voz era como el trinar de los pájaros
fiuuu...fiuuu, sus modales como de una princesa, su cabellera hasta los hombros
parecían serpentinas y su mirada
penetrante conjugada con su leve
sonrisa, esto hacia delirar
"Hmhh" al niño del cotoperiz.
Solo miradas, palabras de saludo,
¡Hoola! ¿Cóóómo estás? o conversaciones de niños, daban rienda suelta a la imaginación. Las
ilusiones del niño del cotoperiz se las llevaba la distancia y sería hasta una
nuevo encuentro para que
nuevamente revoloteasen las alas de los
sueños.
Gerard confiaba en tres cosas, una,
en la pulpa del cotoperiz porque si te
comes uno, quieres mas. El observó como su enamorada con delicadeza mordió el
cotoperiz, le quito la mitad de la concha y empezó a saborearlo con sus labios
y dijo: ¡Rico, gracias Gerard!; luego introdujo el fruto a su boca y así
repitió varios cotoperiz. Ya todo estaba consumado.
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